Vivía debajo de la escalera. De esa escalera crujiente, de madera endeble y un tanto apolillada que bajaba como en picada y subía empinada. Allí vivía. En cada escalón había colocado un recuerdo. Un recuerdo que le sonaba a fresco y a viejo al mismo tiempo. No sabía cómo, no se había dado cuenta, de que los escalones estaban ya colmados de recuerdos: no había sitio para ni uno más, todo estaba ocupado. Fue entonces cuando comenzó a angustiarse al no saber en dónde poner recuerdos. ¿O acaso tenía que olvidar para dar cabida a otros?
martes, 17 de febrero de 2009
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Maravillosa manera de expresar el tiempo. Hermosa... la autora y la poesía... y todo.
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