viernes, 20 de febrero de 2009

Engaño

¡Cuánto nos engaña la luz!
Apenas si se distingue
el monte de la laguna.

El cerro,
prolongación del agua
tenues sus contornos.
¿O el agua
prolongación del monte
que se derrama?

Agua y monte,
monte y agua.

Qué quieta el agua
apenas rozando al monte,
le da de beber.
Así Tú: agua.
Y yo: monte.
Monte seco, monte inerte.
Dame, dame agua.

martes, 17 de febrero de 2009

Los Viejos (primera parte)

I. Matías
Anoche, en el momento que Emilia me trajo el tazón de avena me acordé del río y empecé tararear quedito la canción que silbaba mi abuelo al emprender las excursiones al ojo de agua. Lo hice suave, sin alzar la voz, porque si Emilia me oye se pone desdeñosa diciéndome que estoy loco y que sólo vivo de recuerdos. A mí me gustaría que entienda que no vivo de recuerdos, como ella dice, sino que vivo con recuerdos. Pero la Emilia no entiende de estas cosas. Así es Emilia, al hacer caricias araña. ¡Quién me iba a decir a mí que Emilia tendría esos desmanes! Cuando la conocí me parecía toda delicias, incluso al hablar se me figuraba que sus palabras eran notas musicales. Yo a Emilia la quiero mucho y cada día más, quizás porque ahora sé lo que tiene y lo que no tiene, lo que es y lo que no es. Antes, cuando salíamos a caminar con Toño y María y los demás, no le veía más que los ojos, ella me hablaba con los ojos y yo trataba de penetrar en su brillo. Ahora lo hace con todas las curvas de su cara ajada por los años. Mirarla y saber lo que tiene no es tan sencillo, en cada pliegue guarda un detalle, aunque yo he aprendido a descifrar todas y cada una de esas arrugas porque las he visto nacer. Sé perfectamente cual es cual y hasta casi podría decir el día y la hora en que brotaron. Me acuerdo de la que está arriba del ojo derecho, esa apareció después de que se casó Rosario. En fin ¿en qué iba? Quizá ya estoy envejeciendo porque se me van las horas en recordar y en cuanto me doy cuenta ya estoy recordando otra vez. Emilia todas las tardes, hacia el final, se pone a tejer y dice que siempre repito "¿Te acuerdas Emilia…?" A mí ya se me confunde si mi memoria evoca lo que sucedió ayer en la noche o fueron sucesos de hace treinta años. Emilia me dice: “Pero si eso es de ayer” o “lo que dices pasó hace treinta años”. Yo me quedo callado, al fin y al cabo qué me importa si sucedió la noche anterior o treinta años de noches, igual se queda suspendido en el tiempo, y ahora ya no es a menos que lo traiga a la memoria, es decir, que sea o no sea depende de mí. Mejor no se lo explico a Emilia porque me dice que sólo digo incoherencias.

Cuando Emilia hace avena le pone miel. Ella sabe que a mí me gusta la miel porque así la tomaba mi padre: avena con mucha miel. Aunque Emilia cada vez que se acerca con el tazón en la mano no puede dejar de exclamar que me hará daño tanta miel y que le roba el sabor natural y que no sabe a qué tanto empeño por quitarse la salud... Al principio yo trataba de explicarle que avena y miel son una combinación perfecta, así lo decía mi padre, además de que comerlas juntas es como traer a padre de nuevo a casa; ella ponía cara de interés y yo me esmeraba en transmitirle mis conocimientos acerca de esta combinación. Ahora no necesito decirle porque ya lo sabe: al dejar el tazón con avena encima de la mesa, sólo intercambiamos una mirada y queda dicho todo lo que sabemos sobre avena y miel. Es curioso, me parece que apenas conozco a Emilia y al mismo tiempo sé de antemano lo que dirá. No cabe duda, tanto tiempo bajo el mismo techo nos ha dado cierta compenetración.

Escalera de recuerdos

Vivía debajo de la escalera. De esa escalera crujiente, de madera endeble y un tanto apolillada que bajaba como en picada y subía empinada. Allí vivía. En cada escalón había colocado un recuerdo. Un recuerdo que le sonaba a fresco y a viejo al mismo tiempo. No sabía cómo, no se había dado cuenta, de que los escalones estaban ya colmados de recuerdos: no había sitio para ni uno más, todo estaba ocupado. Fue entonces cuando comenzó a angustiarse al no saber en dónde poner recuerdos. ¿O acaso tenía que olvidar para dar cabida a otros?

Cielo de acero

I
Para mi noche serena que llega caminando,
sola, sin compañía,
dejando atrás noches y días,
mares de luna, cielos sin algas,
silencios que gritan: para mi noche serena.

II
Cuando llega la noche y me quedo sola,
con la ventana pintada de transparencia
para mirar y mirarme como en aquellos años
cuando ingenua preguntaba:
Madre ¿qué es aquello que brilla tanto?
Madre ¿qué son los luceros?
Ahora apenas si veo... el cielo se ha vestido de acero.

Tejiendo

Tejiendo recuerdos se le fue la vida, hasta que toda su vida fue sólo un recuerdo.

Balcones

Los balcones se quedaron dormidos con el leve susurro de las estrellas: ¡estaban tan cansados! El ir y venir de la gente, frenética, atropellada, vertiginosa, les había agotado. Sin duda fue un día lleno de jaleo. El sol les dijo en el crepúsculo - quedo para que sólo lo oyesen ellos - que no podía más, que hubiera preferido no salir pero le habían dado compasión los hombres - ¡pobrecillos! - siempre en espera del día para hacer y correr, como si eso fuese lo único importante.

Se durmieron rumiando las últimas frases del sol, pensando en alguna palabra de aliento con qué animarle al día siguiente. Los geranios permanecían en un silencio impertérrito, vigilando el sueño de sus compañeros, hasta que sin poderlo evitar se quedaron dormidos también. Todo, absolutamente todo dormía... menos la ventana de María.

Con el alma en los puños

Con el alma en los puños.
Un golpe tras otro al vacío,
todo un esfuerzo y no responde...
una pregunta que grita,
silencio por única contestación.

Una vida que se va
sin saber la dirección,
la incógnita existencia
llamaradas ahogadas.

Una meta idealizada
subida a un pedestal,
un camino turbulento
las fuerzas agotadas
y un “¿por qué?” que se ensancha.

La voz que quiere ser oída,
ideales que aparecen y se esfuman.
Montañas empinadas,
pasado olvidado,
seres muertos en vida,
la resolución de un alma
ojos con lágrimas
rabia contenida
felicidad ¿felicidad?
Puños apretados
cantares en el pecho
fuego en el alma
silencio en el corazón
un volcán en las venas
aire indiferente
¡Con el alma en los puños!

Lágrimas

Mirar la lluvia caer a través del cristal.
Se perfila humedad. La niña lloraba.
Confunde sus lágrimas con el agua que resbala del cielo,
para no dejarla sola, para acompañarla.

La lluvia y el llanto formaron un río de nostalgia:
la niña lloraba, la lluvia caía.
¿Por qué lloras niña?
¿Por quién lloras niña?

La niña no llora. La niña no mira. La niña no quiere.
¿Qué quieres niña? ¿A quién quieres niña?
La lluvia que cae se bebe sus lágrimas.
Se roba a la niña, la llena de agua.