Ahí está, siempre inconforme, con una queja continua en la boca transformada en daga al tiempo de pronunciarla; corriendo tras el aplauso en una búsqueda incesante de ser reconocido; todos los días conviviendo con sus pronombres en primera persona del singular y con el claroscuro de su mirada, plataforma de proyectiles cargados de recelo y afán de competencia. Lo observo, lo miro, lo analizo. Intento escudriñar el pensamiento escondido detrás de tantos movimientos nerviosos, de un obsesivo perfeccionismo que de repente, y sin previo aviso, puede transformarse en ira ante el caos de la gente común y corriente. Así, día tras día, una jornada y otra en la que intentamos ganar el pan cotidiano. Conviviendo sin convivir puedo concluir que su enorme inseguridad se traduce en esa avidez de intentar vivir subido en un pedestal, que defiende a capa y espada con su aguda y mordaz lengua. Sus ojos bailan con cierta codicia al vislumbrar un rayo de gloria, pero que con agilidad logra disimular para transformarla en un “estoy para servirte” que raya en servilismo. Dicen las paredes que de enemigo nunca: ¿acaso de amigo sí? Sus amistades deben bailar al compás que les marque, a pesar de que el ritmo es cambiante y no obedece a ninguna razón específica o lógica sentimental. Eso sí, el gran secreto es que ante todo deben representar cierta utilidad, de lo contrario son víctimas de su desprecio e ironía. A través del cristal infiero la carencia de afecto, de un verbo que requiere del tú y no solo del yo, como lo es el verbo amar.
martes, 8 de septiembre de 2009
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