jueves, 8 de abril de 2010

Nos vamos quedando solos

Nos vamos quedando solos...
Yo no pedí ni busqué ese hablar tan profundo,
la Presencia Tuya tan real y tan certera que me diste.
Yo, quieta, esperaba el sueño
que no llegaba porque te cedía el paso.

Quise levantarme,
plasmar nuestros quereres en mi cuadernillo,
pero temí espantar la dulzura del momento
y, luego, a ese sueño que vendría
cuando rendida me dejaras de tantos coloquios divinos.
La noche fue lírica, cuajada de misticismo
con diálogos secretos, con diálogos sublimes:
el amor al Amor, el Amor al amor.

Después de la vigilia ardorosa viene la mañana
en la que el cuerpo y el alma asidos al recuerdo
quieren seguir durmiendo.

Con el girar del sol toman cuerpo estas palabras:
“Señor, que nos vamos quedando solos”...
Poco a poco has ido quitando todo para poseerme
y en esta lucha por la posesión ¡qué llorar el mío!
porque tu Presencia va sangrando las paredes de mi alma
al dilatarse en ese Estarte Tú en mí:
no resisten tanta inmensidad, gritan por lo finito,
por aquello que se amolde a su forma sin cambiarla.

¡Qué afán de poseerme cuando mi corazón es tan pequeño!
Y así sin importarte te metes, quedo, cada vez más profundo
como un cazador que bien sabe el punto débil de su presa,
como el que quiere llegar al fondo de una mina oscura
para encontrar la veta más rica e insondable
donde refulgirá con mayor intensidad esa Luz que Tú llevas.

Y mientras socavas mi alma
grito de dolor por ese Amor que no entiendo.
Me dices con voces susurrantes:
“Calla y confía, confía en el Amor, mujer”.
Pero no te veo, sólo te siento
con un padecimiento inexplicable
para aquellos que no saben
que cuando la Inmensidad se llega a un alma
el trueque se torna agonizante.

“Nos vamos quedando solos”...
Los asideros que me sostenían has ido quitando:
uno a uno y poco a poco, pero todos, todos.
El vértigo de ese Estarte Tú en mí
hace que busque una barandilla
que sostenga la vida mía.
¿Qué quieres? ¿A dónde me llevas?
angustiadas te increpan mis lágrimas
- “Conmigo, conmigo” repites en voz baja.

¡Qué violencia me haces al penetrar
por las minas del corazón vacilante!
¿No podrás irte más quedo y de puntillas
que me hace daño tanto afán,
tu búsqueda en los pliegues de mi alma
de algo que ni sé yo si es que lo tengo?

¿Qué buscas al dejarme
oquedades sangrantes
sin saber su causa?
¿Qué buscas que no veo aún que encuentres?
De nuevo tu Voz deletrea el posesivo
que quiere poseer.

¿Qué es lo que buscas con este estruendo
que provocas en mi alma?
Queriendo ayudarme, me hacen daño
queriendo acogerme, me rasguñan
queriendo acompañarme, percibo sólo juicios...
¿Qué es este dolor que llevo?
“Nos vamos quedando solos”...

¡Si supiera querer el puñal con que me abres!
¡Si pudiera hacer mío todo su filo!
Puñal que corta y no mata, destila incógnita en su causa.
¿Por qué me abres cada pliegue
como escarbando en la concha de mi alma
una perla que no existe, que no tengo?
Lo mío no son perlas, no.
Mi alma es tan corriente
que sólo ofrece polvo de arena, abrojos.

“Nos vamos quedando solos”...
¿A dónde vas con este juego?
Me asusta tu Inmensidad
abriendo la puerta de lo mío.

¿Qué vienes a escudriñar en mi alma desierta?
Si sólo tengo quejas, un dolor lastimero
mojado por la angustia fría del tiempo.
Tal vez, tal vez, debajo de la arena encuentres
una esperanza que dormita
sepultada por aquellos que dicen que me quieren.

No tengo rocío para mojar mis días
como aquel del Día en que me nombraste,
mi alma es un desierto de dunas sin sentido.
¿Comprendes por qué te digo:
creciendo en mí me rompes!

Señor,
se van secando los veneros de mis aguas
y esa sequía me produce una sed que nada sacia.
¿No querrías llenar de agua de Mayo
la fuente que alivia mi cansancio?
¡Si Tú eres río, manantial, arroyo!
Dame de beber de tu Costado abierto
con una gota, Señor, bastaría
- ¡con una sola gota! -
para colmar de Infinito lo finito
y que mi corazón
– tan pequeño, tan marchito –
se dilate en Amores sin linderos.